Cultura campesina entre palmas y el bohío


La identidad del agricultor se guarda en arca segura, las palmas escoltan al caminante. El frondoso mamoncillo, refresca la calurosa mañana, mientras en la casa techada con guano cana reposa la historia de los labradores de la tierra en la isla. Veintitrés años cumple este 14 de octubre el Museo Etnográfico Regional Campesino, único de su tipo en Cuba.

Ubicada en la finca Nueve Hermanos en el kilómetro 3 de la carretera que comunica a Cabaiguán con Santa Lucía, la instalación atesora objetos, utensilios, herramientas de trabajo y elementos distintivos de la arquitectura agraria, característica del campo cubano hasta los inicios de los años setenta del siglo pasado.

Las fotografías de la familia Rodríguez, cuelga en la pared del cuarto matrimonial, parece que vigilan el orden y la limpieza del bohío el cual acumula miles de visitas de cubanos y extranjeros a lo largo de sus 23 años de existencia.

El pilón de maíz señorea en los alrededores a otras fabricaciones de tabla de palma real, típicas de las fincas de Cabaiguán, mientras los terrenos aledaños acogen la siembra de tabaco, malanga, y caña entre otros cultivos tradicionales de la nación.

El centro patrimonial festeja con el guateque campesino su nuevo aniversario, las 113 palmas aplauden mientras la imagen de la familia Rodríguez se mantiene atenta al trato de los museólogos con los niños de la comunidad y recuerdan todos los octubre la Jornada por la Cultura Cubana.

Richard Jean y Fernández Morera, la historia de Los ratones


Cabaiguán destino de inmigrantes canarios en los inicios del siglo XX, tuvo en su seno también a un cultivado francés que conoció y aprendió de las principales corrientes pictóricas de la meca del arte europeo en el último cuarto del siglo diecinueve.

De París a la Habana

Tras su llegada a Cuba por la Habana, en busca de familiares en la isla y de nuevas rutas que lo condujeran a un futuro más holgado Richard Jean Sánchez Hattemberger , hijo de un cubano y madre francesa, trabaja la caricatura y otras técnicas pictóricas para importantes diarios habaneros hasta que decide en 1913 darse una vuelta por Colombia, pero su estancia fue efímera debido al azote de la peste en esa nación sudamericana, tras seis meses de estancia regresa en agosto a Cuba para vivir por siempre en este territorio.

El Francés como todos lo denominaban, ocupo responsabilidades en la embajada de París en Cuba, pero además se dedico a la carpintería, y otras actividades manuales como apoyo para cubrir su nivel de vida.

El ciudadano europeo, no abandonó la tentación que le causó una joven a quien retrató. La muchacha era María del Carmen Cancio Heredia con la cual contrajo matrimonio en 1905 con ella funda una familia en Calabazar provincia de la Habana, ella era la nieta del gran poeta José maría Heredia.

De la Habana a Cabaiguán

Pero Calabazar no era el destino definitivo y para honra de los cabaiguanenses, el pintor y su prole se asientan en la Finca Santo Tomás del Zaino que hoy forma parte de los terrenos de la cooperativa de producción agropecuaria Juan González.

Desde aquí trabó amistad con el afamado pintor espirituano Oscar Fernández Morera, ellos intercambiaron en una ocasión pinturas similares que han llegado a convertirse en leyenda entre ambas familias se trata de cuadros casi idénticos .

Los dos ratones
Juan Alberto Sánchez nieto de Richard afirma “Se trata de un ratoncito, hecho por mi abuelo, que conservaba el hijo de Fernández Morera, ya fallecido; pero también, había una reproducción o copia de esa pintura que hizo el propio Oscar, pero él siempre dijo, que la de su gusto era la de mi abuelo, una obra muy pequeña, que aproximadamente tendrá unos treinta centímetros de ancho, por veinte de alto y el marco es de madera. Yo recuerdo que en mi casa estaba el ratoncito de Fernández Morera, porque parece que fue un intercambio acordado por ellos”

Juan Alberto rememora una historia que a su papá le encantaba contar:
“Me contó que Fernández Morera le dijo a mi abuelo, en una conversación íntima:
- Ricardo me acerqué bastante, pero hay cosas que no puedo lograr, mira, el tamaño está aproximadamente igual, pero me le falta, no llega a la tonalidad que tiene ese tuyo.
La copia presentaba un color gris claro, podía llegar a un beige, pero la tonalidad del rabito del ratón sobresalía por su oscuridad, no llegaba a un carmelita, pero sí se acercaba bastante en los bordes de las orejas; tal vez, en el cuello también, porque había una proyección de una sombra, con un color un poquito más oscuro”.

José Alberto Capote, estudioso de la obra de Oscar, afirma:
“Me llama poderosamente la atención el traslúcido que hace en las orejas del ratoncito; con el animal aparecen unas migas de pan regadas por el piso, y entonces, se observa una luz que cae desde un ángulo, con lo cual el ratoncito queda frontalmente a ella, lo que provoca, precisamente, una sombra de las orejas, y hace que se logre un gran efecto con ese trabajo, es decir, un nivel bastante técnico.

Después, Oscar, al parecer motivado por esta obra y por su interés constante en superarse, reconociendo la capacidad academicista de su amigo, hace un ratoncito similar, pero no logra los resultados del otro. De todas maneras, se lo regala al francés”.

El sentido sentimental de la pertenencia de esta obra por la familia Fernández Morera, da fe de la vinculación amistosa que siempre estuvo presente entre los dos artistas quienes mutuamente se complementaron para sacar a la luz obras regidas por el rigor pictórico del tiempo que les correspondió vivir para llevar a los lienzos la realidad con el arte de sus manos.

Cuentos guajiros en extinción

El taburete de Abelardo se inclina contre la pared de Yagua, Justa enciende el candil, como ella llama a la chismosa, las gallinas se acuestan,  llegan los campesinos desde todos los puntos de la sitiería; las narraciones se hacen dueñas de la noche.
Guijes, ciguapas, diablos, madres de aguas, y brujas transitan por el verbo guajiro, cuentos para pasar la noche, léxico peculiar, leyendas de honda  viveza, inocencia de las  figuraciones rurales, tradición perdida con la entrada del televisor.
Las andanzas  de la tradición oral campesina, recrea al campo cubano hasta la década de los años setenta del pasado siglo, con ellas se despide también la hermandad agraria las visitas de los compadres de Hatico, Cruz de Neiva o el Troncón, pocos aparejan la jaca para llegarse a casa del vecino, pocos hurgan en la mitología agraria de Cuba.
Los tiempos actuales hacen peligrar la oralidad , los Guijes ceden el paso a los superbarios, las ciguapas a las telenovelas, las madres de agua, a la tira de películas, las brujas se van con la escoba a cuesta, nadie les hace caso.
Cuentan que cuentan las lenguas, sobre todo las más veteranas, que en el charco de Pedro salen de noche dos perros que se ponen grandísimos. Muchas historias fantásticas de aparecidos corren de boca en boca por aquellos sitios, y no es para menos.
Los hijos y nietos dejamos  a un lado los cuentos de muertos de Abelardo, la Ceiba de la lechuza, los calderos que caían en la cocina por la magia negra, nos montamos junto con la bruja sobre la escoba, nos adentramos en el escaso calor humano de las noches campestres que terminan cuando el bombillo se apaga, mientras la chismosa de Justa no recuerda la última vez en que fue encendida.

Richard Jean y Fernández Morera, la historia de Los ratones

Cabaiguán estino de inmigrantes canarios en los inicios del siglo XX, tuvo en su seno también a un cultivado francés que conoció y aprendió de las principales corrientes pictóricas de la meca del arte europeo en el último cuarto del siglo diecinueve.
De París a la Habana
Tras su llegada a Cuba por la Habana, en busca de familiares en la isla y de nuevas rutas que lo condujeran a un futuro más holgado Richard Jean Sánchez Hattemberger , hijo de un cubano y madre francesa, trabaja la caricatura y otras técnicas pictóricas para importantes diarios habaneros hasta que decide en 1913 darse una vuelta por Colombia, pero su estancia fue efímera debido al azote de la peste en esa nación sudamericana, tras seis meses de estancia regresa en agosto a Cuba para vivir por siempre en este territorio.
El Francés como todos lo denominaban, ocupo responsabilidades en la embajada de París en Cuba, pero además se dedico a la carpintería, y otras actividades manuales como apoyo para cubrir su nivel de vida.
El ciudadano europeo, no  abandonó la tentación que le causó una joven a quien retrató.  La muchacha era María del Carmen Cancio Heredia con la cual contrajo matrimonio en 1905 con ella funda una familia en Calabazar provincia de la Habana, ella era la nieta del gran poeta José maría Heredia.
De la Habana a Cabaiguán
Pero Calabazar no era el destino definitivo y para honra de los cabaiguanenses, el pintor y su prole se asientan en la Finca Santo Tomás del Zaino que hoy  forma parte  de los terrenos de la cooperativa de producción agropecuaria Juan González.
Desde aquí trabó amistad con el afamado pintor espirituano Oscar Fernández Morera, ellos intercambiaron en una ocasión pinturas similares que han llegado a convertirse en leyenda entre ambas familias se trata de cuadros casi idénticos .
Los dos ratones
Juan Alberto Sánchez nieto de Richard afirma “Se trata de un ratoncito, hecho por mi abuelo, que conservaba el hijo de Fernández  Morera, ya fallecido; pero también, había una reproducción o copia de esa pintura que hizo el propio Oscar, pero él siempre dijo, que la de su gusto era la de mi abuelo, una obra muy pequeña, que aproximadamente tendrá unos treinta centímetros de ancho, por veinte de alto y el marco es de madera. Yo recuerdo que en mi casa estaba el ratoncito de Fernández  Morera, porque parece que fue un intercambio acordado por  ellos”.
Juan Alberto rememora una historia que a su papá le encantaba contar:
“Me contó que Fernández Morera le dijo a mi abuelo, en una conversación íntima:
- Ricardo me acerqué bastante, pero hay cosas que no puedo lograr, mira, el tamaño está aproximadamente igual, pero me le falta, no llega a la tonalidad que tiene ese tuyo.
La copia presentaba un color gris claro,  podía llegar a  un beige, pero la tonalidad  del rabito del ratón sobresalía por su oscuridad, no llegaba a un carmelita, pero sí se acercaba bastante en los bordes de las orejas; tal vez, en el cuello también, porque había una proyección de una sombra, con un color un poquito más oscuro”.
José Alberto Capote, estudioso de la obra de Oscar, afirma:
“Me llama poderosamente la atención el traslúcido que hace en las orejas del ratoncito; con el animal aparecen unas migas de pan regadas por el piso, y entonces, se observa una luz que cae desde un ángulo, con lo cual el ratoncito queda frontalmente a ella, lo que provoca, precisamente, una sombra de las orejas, y hace que se logre un gran efecto con ese trabajo, es decir, un nivel bastante técnico.
Después, Oscar, al parecer motivado por esta obra y por su interés constante en superarse, reconociendo la capacidad academicista de su amigo, hace un ratoncito similar, pero no logra los resultados del otro. De todas maneras, se lo regala al francés”.
El sentido sentimental de la pertenencia de esta obra por la familia Fernández Morera, da fe de la vinculación amistosa que siempre estuvo presente entre los dos artistas quienes mutuamente se complementaron para sacar a la luz obras regidas por el rigor pictórico del tiempo que les correspondió vivir para llevar a los lienzos la realidad con el arte de sus manos.
*Escritor y presidente de la UNEAC en el municipio de Cabaiguán.

Entre palmas y el bohío

La identidad del agricultor se guarda en arca segura, las palmas escoltan al caminante. El frondoso mamoncillo, refresca la calurosa mañana, mientras en la casa techada con guano cana reposa la historia de los labradores de la tierra en la isla. Veintitrés años cumple este 14 de octubre el Museo Etnográfico Regional Campesino, único de su tipo en Cuba.

Ubicada en la finca Nueve Hermanos en el kilómetro 3 de la carretera que comunica a Cabaiguán con Santa Lucía, la instalación atesora objetos, utensilios, herramientas de trabajo y elementos distintivos de la arquitectura agraria, característica del campo cubano hasta los inicios de los años setenta del siglo pasado.

Las fotografías de la familia Rodríguez, cuelga en la pared del cuarto matrimonial, parece que vigilan el orden y la limpieza del bohío el cual acumula miles de visitas de cubanos y extranjeros a lo largo de sus 23 años de existencia.

El pilón de maíz señorea en los alrededores a otras fabricaciones de tabla de palma real, típicas de las fincas de Cabaiguán, mientras los terrenos aledaños acogen la siembra de tabaco, malanga, y caña entre otros cultivos tradicionales de la nación.

El centro patrimonial festeja con el guateque campesino su nuevo aniversario, las 113 palmas aplauden mientras la imagen de la familia Rodríguez se mantiene atenta al trato de los museólogos con los niños de la comunidad y recuerdan todos los octubre la Jornada por la Cultura Cubana.

Las Minas de Jarahueca; ruta del petróleo en Cabaiguán

A finales del siglo XVIII el poblamiento del  territorio del actual municipio de Cabaiguán, es incipiente. Posterior a la primera guerra (1868-1878) y por la reconcentración de la población dispuesta por Balmaceda, alrededor del fuerte militar de la comarca, es que comienza a crecer el  caserío.
Con la segunda guerra y la reconcentración impuesta por Valeriano Weyler,  el Marqués de Tenerife, Guayos y Cabaiguán reciben pobladores de los campos circundantes. Es solo a principios del siglo XX que comienza la fundación de pequeños asentamientos en los cruces de caminos; cerca de establecimientos comerciales y en las fincas.
Cabaiguán Fue una zona agrícola, tanto en el período colonial como el neocolonial. Un día todo comenzó a cambiar. En los primeros años de la década del cuarenta; los miles de habitantes de la cabecera municipal y sus alrededores conocieron una fiebre similar a la de Titusville, al brotar el primer pozo de petróleo en Las Minas de Jarahueca.

Todo comenzó por el olfato
Desde 1918, de acuerdo con las investigaciones de Everrete L. De Golyer y del ingeniero cubano Jorge Broderman, se conocía la existencia de materiales bituminosos, salideros de gas debido al olor de aquella zona. En 1941 resucitaron estos informes vinculados con la finca Rosa de Cancio, en el barrio de Pedro Barba.
El actual territorio de Las Minas en aquel entonces formaba parte de las tierras del hato Pedro Barba; donde  habitaban unas pocas familias  en su mayoría de origen canario. Antes de 1909 y en tierras de la Finca Palmarito donde se ubica hoy Las Minas Abajo construyen viviendas las familias de los canarios Estanislao Peña Morales y Juana Mendoza Duque; José Morales y Clotilde Pérez además José Cruz. Mientras en el actual territorio de Las Minas Arriba se ubicaba en 1915 la finca de la familia de  José Manuel Delgado, posterior a su muerte la heredan sus hijos; a Carlos Delgado Barrera le corresponde la Rosa de Cancio.
El pozo embrujado
El surgimiento del poblado de Las Minas se debió a que en la finca Rosa de Cancio que era un lugar bastante seco por naturaleza; un pequeño río lo atravesaba en la parte baja. En un mes de frío de 1942, el dueño, Carlos Delgado, trató de aliviar la sed de sus reses que bebían de aquel raquítico río y ordenó construir un pozo a veinte metros de la corriente del arroyo. Dos peones rompieron la tierra a la sombra de un grueso árbol; a pocos pies de la superficie, las palas y los picos hicieron brotar un agua amarillenta de burbujear constante. –Es un pozo embrujado- dijo uno de los peones. Corrieron en busca del dueño quién recibió la noticia con una sonrisa y caminó hasta el lugar para observar  lo que allí pasaba. Lanzó un fósforo contra la superficie del líquido; una llama surgió al instante, entonces dijo a sus peones que dejaran el pozo para otro día. Olvidó la preocupación por el agua de las reses, se vistió y cabalgó por la guardarraya hasta Motembo.
Allí lo atendió Ramón Cordero, después de escuchar la historia, viaja hasta la finca y luego de recorrerla sacó muestras del pozo y regresó a Motembo para analizarla.

De Rosa Cancio a Las Minas de Jarahueca
A ocho kilómetros al norte de la finca se encontraba el pequeño poblado de Jarahueca  que había vivido a empujones del tabaco, de pequeños talleres artesanales y del cultivo de frutos menores. Pero Jarahueca tenía algo importante, la vía del ferrocarril norte atravesaba el asentamiento de los pies a la cabeza y lo convertía  en un punto de enlace.
En Motembo sacaban petróleo por eso Delgado fue hasta allá, después de ser atendido por Ramón Cordero quien luego de  visitar la finca, trae la primera perforadora de vapor por Jarahueca, después la trasladaron hasta la finca. De la noche a la mañana, el nombre de  Jarahueca se ensanchó y rompió los límites tradicionales. Cuando en la finca perforaron la tierra y brotó un líquido ámbar claro, fino y aceitoso fue que de inmediato ocurrió la transferencia de nombre.  Por ser más pegajoso y por tanto más comercial la finca dejó de llamarse Rosa de Cancio y adoptó rápidamente el de Minas de jarahueca. Los nuevos pobladores llegaban por el ferrocarril, gracias al auge petrolero.
Con la apertura de esta mina llegan también Anselmo Prado, Juan José González. Alfredo Marrero, Francisco Jiménez Castellón entre otros, por lo que el poblado fue creciendo con estos hombres para trabajar  en la misma.
En aquel entonces y con la llegada de estos trabajadores es que comienzan a surgir una serie de locales necesarios .Según cuenta Antonio Peña Mendoza, “Alfredo Marrero construye la fonda “El Eructo”, Francisco Jiménez la tienda de víveres. Se levanta una  farmacia, un pequeño cine, barbería, peluquería y bar”.
Hasta el año 1960 en esta área se perforó y explotó el campo petrolífico, con el decursar del tiempo fue quedando sólo el nombre de Las Minas.  Hoy solo una persona basta para atender los pozos de petróleo; el resto de los habitantes vive de sus siembras o trabaja fuera de la comarca..
De Mina queda el recuerdo
Según Roberto Clemente Morales, administrador de dichos pozos:  “En la zona, puede decir que en un radio de dos kilómetros, hay más de cien pozos de petróleo perforados. Es imposible caminar treinta metros, en cualquier dirección. sin encontrar huellas de cables de hierro trenzado y llenos de herrumbre, viejas máquinas desactivadas, cubiertas de Hierbas. Es un extraño panorama, museo petrolero, restos de una época floreciente recordada por los pobladores más antiguos. Todavía hay quienes afirman que aquí permanece virgen uno de los mayores yacimientos petroleros del país; otros se han resignado a la realidad y ni siquiera piensan en los tiempos pasados”.
Las Minas está llena de recuerdos petroleros; la mayoría de las casas usan el gas de los pozos en producción, valiéndose de tuberías galvanizadas. Con ese gas cocinan y se alumbran cuando por  alguna razón falla el fluido eléctrico.

El arte del torcedor

De Artistas esta hecho el mundo; quien dice que una labor por sencilla, no lleve el arte como el elemento inspirador e incluso motivo de perfeccionamiento de la obra hecha con las manos hacen los hombres.
Entonces sin discusión alguna en nuestras cuadras abundan los artistas, pero quiero referirme a los que desde bien temprano en la mañana, transforman la tripa y la capa en valiosos habanos, símbolo de cubanía  y deseados en todo el mundo.
Entre las chavetas, tablas y prensas, viven los torcedores, atados a una mesa, con la vista acariciando el color y palpando la suavidad de las hojas, las cuales conocen hasta en sus sueños, unas proceden de de Vuelta Arriba o Vuelta Abajo, otras del centro de la isla.
Las manos callosas se vuelven tiernas, una y otra vez la pasan por la tabla de enrolar, una y otra vez aprietan  para tensar las fibras y hacer desaparecer las hebras, una y otra vez piensan en quienes llevaran la boconada de humo para diseminarla y en el aire escribir el nombre de Cuba.
Torcer es un arte sin dudas, porque se hace con el corazón, se hace para el placer, se hace para sintetizar un pensamiento abstracto;  el que de verdad sabe de la obra es quien la hizo, el resto solo opina, los criterios resultan ser diversos, la mayoría positivos con respecto a la acción aunque el tabaquero sabe que su cuadro puede dañar.
En días pasados, me puse a observar a torcedores en la Bauzá, los pasos eran similares, jóvenes y experimentados, hombres y mujeres acuñaban con sellos de oro la dependencia de la calidad y hasta el cerrado de las cajas es arte,  el terminado es el cofre que encierra el sudor de las manos cansadas de la faena pero prestas a despertar mañana para seguir tejiendo habanos y ampliar los horizontes de mi pueblo con el arte de sus manos.

Chongo el ilustre herrero de Cabaiguán

El carbón de piedra, ilumina el pequeño taller, la forja arde, las láminas de metal se tornan suaves, la tenaza en un extremo, la mandarria en la otra, una mano golpea, la otra sujeta el calor es sofocante, esta a punto de salir una herradura, después al depósito de agua y de ahí a maniatar el caballo, tomarle una de sus patas, pasarle le escofina por el casco ajustarla con los clavos, después la otra pata hasta calzar de nuevo la bestia y escuchar el trac, trac, de su andar. Luce entonces más elegante el campesino sobre su cabalgadura.
Chongo descansa la noche, al otro día de nuevo a la forja, las acciones se repiten, los músculos extreman las dimensiones semejante al del  fisioculturistas, porque fraguar herraduras y herrar caballos no es cosa fácil, quién bien lo entiende, sabe que es un arte difícil de aprender y de dedicarle una vida entera a esos trajines de patadas, calores, golpes, y quemadas.
No fue el primer herrero de este pueblo, muchos le antecedieron, pero es sin dudas el más recordado, por no poner reparos en horas, días, noches, ni limitaciones,  lo conocen los cocheros, el guajiro que visitaba el pueblo de tiempo en tiempo,  y tenia como referencia del último viaje aquel en que herró a su caballo.
Pero como todo herrero, Chongo no quedó solo en eso de hacer herraduras, también elaboró rejas; formidables rejas con la misma técnica con la cual formaba el semi círculo para las extremidades del equino, o adornos para paredes,  enchapes de diferentes tipos, el herrero es un artista; bruto, a veces dicen, no estoy de acuerdo, hay que ser inteligente, para tratar con hierros no se emplea solo la fuerza.
Chongo conversaba con los lingotes, los convencía, y ellos lo ayudaban, solo así, lo rústico, se transforma, solo así, las caras femeninas se asoman a los balcones enrejados, y el cantor campesino silva la melodía para que la amada le escuche, entonces, la sobriedad del herrero, se consolida, porque es amor.