Richard Jean y Fernández Morera, la historia de Los ratones
Cabaiguán destino de inmigrantes canarios en los inicios del siglo XX, tuvo en su seno también a un cultivado francés que conoció y aprendió de las principales corrientes pictóricas de la meca del arte europeo en el último cuarto del siglo diecinueve.
De París a la Habana
Tras su llegada a Cuba por la Habana, en busca de familiares en la isla y de nuevas rutas que lo condujeran a un futuro más holgado Richard Jean Sánchez Hattemberger , hijo de un cubano y madre francesa, trabaja la caricatura y otras técnicas pictóricas para importantes diarios habaneros hasta que decide en 1913 darse una vuelta por Colombia, pero su estancia fue efímera debido al azote de la peste en esa nación sudamericana, tras seis meses de estancia regresa en agosto a Cuba para vivir por siempre en este territorio.
El Francés como todos lo denominaban, ocupo responsabilidades en la embajada de París en Cuba, pero además se dedico a la carpintería, y otras actividades manuales como apoyo para cubrir su nivel de vida.
El ciudadano europeo, no abandonó la tentación que le causó una joven a quien retrató. La muchacha era María del Carmen Cancio Heredia con la cual contrajo matrimonio en 1905 con ella funda una familia en Calabazar provincia de la Habana, ella era la nieta del gran poeta José maría Heredia.
De la Habana a Cabaiguán
Pero Calabazar no era el destino definitivo y para honra de los cabaiguanenses, el pintor y su prole se asientan en la Finca Santo Tomás del Zaino que hoy forma parte de los terrenos de la cooperativa de producción agropecuaria Juan González.
Desde aquí trabó amistad con el afamado pintor espirituano Oscar Fernández Morera, ellos intercambiaron en una ocasión pinturas similares que han llegado a convertirse en leyenda entre ambas familias se trata de cuadros casi idénticos .
Los dos ratones
Juan Alberto Sánchez nieto de Richard afirma “Se trata de un ratoncito, hecho por mi abuelo, que conservaba el hijo de Fernández Morera, ya fallecido; pero también, había una reproducción o copia de esa pintura que hizo el propio Oscar, pero él siempre dijo, que la de su gusto era la de mi abuelo, una obra muy pequeña, que aproximadamente tendrá unos treinta centímetros de ancho, por veinte de alto y el marco es de madera. Yo recuerdo que en mi casa estaba el ratoncito de Fernández Morera, porque parece que fue un intercambio acordado por ellos”
Juan Alberto rememora una historia que a su papá le encantaba contar:
“Me contó que Fernández Morera le dijo a mi abuelo, en una conversación íntima:
- Ricardo me acerqué bastante, pero hay cosas que no puedo lograr, mira, el tamaño está aproximadamente igual, pero me le falta, no llega a la tonalidad que tiene ese tuyo.
La copia presentaba un color gris claro, podía llegar a un beige, pero la tonalidad del rabito del ratón sobresalía por su oscuridad, no llegaba a un carmelita, pero sí se acercaba bastante en los bordes de las orejas; tal vez, en el cuello también, porque había una proyección de una sombra, con un color un poquito más oscuro”.
José Alberto Capote, estudioso de la obra de Oscar, afirma:
“Me llama poderosamente la atención el traslúcido que hace en las orejas del ratoncito; con el animal aparecen unas migas de pan regadas por el piso, y entonces, se observa una luz que cae desde un ángulo, con lo cual el ratoncito queda frontalmente a ella, lo que provoca, precisamente, una sombra de las orejas, y hace que se logre un gran efecto con ese trabajo, es decir, un nivel bastante técnico.
Después, Oscar, al parecer motivado por esta obra y por su interés constante en superarse, reconociendo la capacidad academicista de su amigo, hace un ratoncito similar, pero no logra los resultados del otro. De todas maneras, se lo regala al francés”.
El sentido sentimental de la pertenencia de esta obra por la familia Fernández Morera, da fe de la vinculación amistosa que siempre estuvo presente entre los dos artistas quienes mutuamente se complementaron para sacar a la luz obras regidas por el rigor pictórico del tiempo que les correspondió vivir para llevar a los lienzos la realidad con el arte de sus manos.
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