Recuerdo de pequeño ver cómo se remendaban una y otra vez los cestos hasta que se deshacían, escaseaba el dinero para comprar nuevos y había que exprimir al máximo estos objetos.
Ahora observo como el arte de la cestería desaparece, las jóvenes manos no se interesan por el trenzado de las fibras vegetales, lo que hicieron los canarios detrás del bejuco ubí no se recuerda.
Creo que, lamentablemente, existe poco interés por parte de los Cabaiguanenses hacia aquellas cosas que nos diferencian, puesto que muchos de estos utensilios, aún hoy podían tener una funcionalidad destacada y así ayudaríamos un poco más a mantener nuestras señas de identidad.
Observo con profunda preocupación cómo una cultura tan ligada a las labores cotidianas, con varios siglos de existencia, pues la cestería es aún más antigua que la cerámica y los textiles, acabe desapareciendo de la faz de este territorio, aún cuando son muy necesarios para la recolección y el traslado de las posturas de tabaco, las hortalizas, para guardar el pan o regalar una cesta de flores o depositar los huevos.
Muchos me comentan la poca existencia de mercado para la cestería, y les respondo, no puede existir pues no existen los cestos, manos expertas las hay para retomar la tradición, personas con experiencia en el oficio quedan y desean brindar sus conocimientos.
Que precioso será el día en que lo natural supere los artificios y las mujeres luzcan cestas cargadas de rosas en sus manos o los hombres reconozcan las cualidades naturales de las fibras que ayudaron a criarnos.
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