Cuando la cultura se hala a pulso se garantizan las tradiciones de los pueblos


Por: Aramis Fernández Valderas

Viví en casa de guano forrada con tablas de palma y sus divisiones eran de lomos de yagua; todos los días mi madre cargaba cocoa de un hoyo que hizo cerca del río, baldeaba el piso de tierra y al final le aplicaba la mezcla blancuzca, el fogón de leña relumbraba con la cocoa.

El guano se ponía negrito con el humo del fogón y la chismosa era la mejor amiga en las noches, cada cual tenía la suya así hacía las tareas y me acostaba cuando los grillos empezaban a cantar, a la cama columbina se le hundía el bastidor patente y de un solo grito la abuela Consuelo me daba el de pie a las cuatro de la mañana para que aparejara a la yegua Bermeja y enderezara hacia el pueblo donde me esperaba la escuela.

Entre animales, cañaverales y el monte tuve una infancia y juventud feliz, recuerdo que para bañarme tenía cargaba el agua en un pozo de brocal y el día en que apareció una rondana me sentí el mas dichoso de la tierra, antes debía halar el cubo a pulso y eso es muy difícil.

Pocos recuerdan esos tiempos que te formaban para el resto de la vida, ahora los abuelos hacen los cuentos y los nietos se alarman o dicen pobrecito cuanto trabajo pasó.

Nada de pobre, ¿Sabes cuanta riqueza tienen esas narraciones tan verdaderos como el día y la noche?, al menos así se hala a pulso la cultura perdida, porque mediante la rondana es más fácil y tú no los vas a entender; se perdería entonces el modo de vida de tus ancestros y con el los ricos horizontes de mi pueblo.

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