Por: Aramis Fernández Valderas
Hace mucho tiempo cuando empezaba a dar los primeros pasos sentía
asombro frente a un cuadrado de baquelita a través del cual escuchaba
voces, no entendía el misterio, el asombro, por mucha explicación de mi
madre no abandonaba mi cerebro, días tras días me hacía la misma
pregunta
¿Por donde entrarán esos hombres y mujeres cuyas voces escucho pero no los veo?
Era un equipo RCA Víctor, alimentado por una batería tan inmensa como
la de los autos en la actualidad, un alambre salía del fondo y se ataba
a una vara de madre en el mismo patio rural del bohío donde las noches
eran más tristes en períodos de tormenta, abuelo desenchumflaba el
radio, un trueno podía ser peligroso, eso si lo entendí cuando mi madre
no escuchó consejos, apenas tenía cinco años, me tenía cargado, fue a
escuchar en secreto una novela y vino la descarga eléctrica, ambos
salimos disparados, no corriendo, sino por la fuerza de la energía, la
cual casi acaba con nuestras vidas.
Hace tantos años de la peripecia, y ahora soy una de esas voces
escondidas que se meten en el auto, en la intimidad del cuarto, en el
barrio, donde quiera está mi voz, unas veces dando consejos, otras
hablando de historia, criticando…
Los niños de mi cuadra, ahora me hacen las mismas interrogantes que
yo hacía, más sorprendidos, los radios son más pequeños comparados con
aquellos trastes tan grandes y alimentados por una batería menos gruesa
que un dedo.
Les digo de la magia, se quedan sorprendidos, los invito al estudio
de la CMGI La Voz de Cabaiguán, algunos de ellos ya hacen radio gracias
al circulo de interés, iniciativa de Yaikel Arias y lo se por sus ojitos
se enamoran de la profesión.
En el día internacional de la radio y ya entrado en años, ya no me
hago la pregunta de la infancia, sino miro al futuro del medio, al cual
diferentes censores han deseado despedirle el duelo con la aparición de
Internet, pero subsiste, sabe adaptarse a las nuevas tecnologías y nunca
dice porque es la vía más rápida de cuantas existen para dar la última
noticia, esconderse dentro del lomerío donde la red de redes no llega,
incluso sin la energía eléctrica conectada.
La radio no se inventó para una época determinada, perdurará toda una
vida, mientras existan radialistas enamorados de la comunicación y la
impronta, mientras exista la imaginación y seres humanos dispuestos a
dejar entrar en sus hogares a las voces intrusas de desconocidos que muy
pronto se convierten en los mejores amigos de la familia.
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