Por: Aramis Fernández Valderas
Este domingo en la feria
agropecuaria en Cabaiguán tarde demasiado tiempo en busca del arroz, en las tarimas lo ofertaban a cinco pesos la
libra. ¿Y si existía arroz por qué me demore tanto en adquirirlo?; esa es la pregunta.
Topado a 3.50 pesos, el
comentario iba y venía. En la cola estaba detrás de una señora ya
mayor. ¿A cuanto el arroz?, preguntó al vendedor
de las primeras tarimas de este a oeste
en la calle ferial. A cinco la libra, dijo el joven un tanto bravo.mayor. ¿A cuanto el arroz?, preguntó al vendedor
Esto es el infierno gritó
alterada la señora un tanto mayor. Pues vaya a comprar al paraíso, ripostó el
vendedor en un tono no menos alterado.
La mujer va seis puestos
más al oeste, un cartel hecho a mano alzada identificaba el espacio, “El
paraíso”. ¿A cuanto el arroz?, el dueño del Paraíso murmuró: A cinco. Los
colores se le subieron a la señora, ahora el grito fue más alto “!Hasta en el
Paraíso hay infiltrados!”. Yo continuaba tratando de comprar el arroz, me moví
hasta una bicicleta disfrazada de kiosco, el arroz estaba blanquito y sin semillas.
Pedí el último, era un
moreno de unos 75 años, pidió 10
libras, se lo depositaron en la java, ¿Cuánto le debo?;
Cincuenta respondió el cuenta propista. ¿Cómo que cincuenta si el la tablilla
dice a 3.50 la libra?, Eso es para los inspectores, alegó en comerciante, y
agregó, a mi me cuesta a cuatro, sino vaya al Sur del Jíbaro.
Esa palabrita del Sur del
Jíbaro endemonió al moreno: A mi no me hable del Sur de Jíbaro que ahí fueron
muchos los canales hechos por mi, y se lanzó en busca de los inspectores de
precios, regresó con una rubia maquillada de verde, sacó un trozo de cartón de
la cartera: “Soy inspectora”, le dijo al minorista, restregándole el cartoncito
ante sus ojos, Ahora, dijo, devuélvale el exceso que le cobró al compañero y
además tiene una multa.
La noticia se regó a lo
largo de las cuatro cuadras de la feria,
todos los trapichantes taparon el arroz; ¡Aquí no se vende un grano!, la
respuesta era la misma, yo con mi java vacía trataba de convencerlos, no les
pedía rebaja.
Un tiempo más tarde bajó
la marea, me quedaba un cliente por delante en otro expendio, donde estaba al
mostrador el rubio de los tatuajes; cuando el cliente averigua el costo, responde como lo hizo el moreno, vuelve veloz
la inspectora rubia maquillada de verde. El dependiente empieza a entonar un
huracán de malas palabras, bajó del cielo al señor todo poderoso, y hasta
algunos poderosos de la tierra cogieron para el mojo. La inspectora maquillada
de verde también le contesta, los dos se mandan para el inodoro, ambos acusan a
la patrona de Cuba de haber echo cosas feas.
La señora un tanto mayor
aparece de nuevo aún con las bolsas vacías. “Esto es un desastre, respete a esa
inspectora”. Cállese la boca señora, espetó el mandamás del triciclo. A las
señoras un tanto mayor no les gusta que las manden a callar, “No me callo nada,
la boca es mía, es una de las poquitas cosas que tengo mía” . Ande para el
infierno, contesto acalorado el vendedor. La señora un tanto mayor coge más
cuerda: “Ya yo pase por el infierno y también por el paraíso, y tu trata de que
paraíso nunca llegue, ese día no vas a servir ni para vender croquetas”. La
discusión sigue elevando el tono cada cual echa en boca los órganos sexuales de
su género. La señora un tanto mayor le recuerda que fue miliciana: “Y me ronca”….
Un caballo desbocado con
el quitrín a rastras hace echarse a los lados a los comerciantes con sus
tarimas, la inspectora se resguarda detrás de un árbol donde guarda unos
jabucos, a todos no les da tiempo guarecerse, el caballo con el kitrín se lleva
en claro al timbiriche del joven un tanto bravo, derriba la casucha del señor del paraíso, levanta en el aire el
timbiriche del cuenta propista, se
estrella contra el mostrador del rubio de los tatuajes.
“Para que ustedes vean,
dios los estaba mirando”, grito a viva voz la señora un tanto mayor, se acerca
uno a uno, les hizo la misma pregunta: ¿Dígame a cuanto es la libra de arroz?
La inspectora rubia
maquillada de verde recoge los jabucos detrás del árbol y hace mutis, los
comerciantes sacan sus celulares, comienzan a indagar con los abastecedores
para que se les suministre de nuevo.
Yo doblo mi jaba la colocó
el bolsillo de atrás del pantalón y me
marcho, solo, con la historia que les he contado.
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