En Cabaiguán, municipio agrícola por excelencia, es más fácil
encontrar un hueco en medio de las calles que un boniato en la surquería del
Troncón. Primero fueron baches, después salideros y estos dan lugar a los cráteres.
Cualquier persona, no acostumbrada a tener que levantar los pies
para caminar, por venir hasta aquí desde otro pueblo o provincia, puede
imaginar una lluvia de meteoritos sobre lo que un día fue pavimento.
Más de quince años de un acueducto, dado por terminado, el
cual jamás se terminó, viene siendo la
causa principal del desbarajuste citadino. Remiendan por una esquina y se
revienta la manguera de la acometida por el otro, viene la retroexcavadora,
saca la tierra hasta llegar al orificio por donde se bota el agua, no tapan y
la furnia se hace gigante.
Todos vemos el panorama, no son los vecinos quienes tienen
la responsabilidad de resolver la situación, es la dirección de acueducto, pero
no se hace, los jefes de esos jefes, no se que jefes son, no mandan, no se
ejecuta, no se acaba de montar el presupuesto para el tanque elevado. Dicen
muchos, “Si no existe ese tanque seguiremos viendo el agua correr”
Pero, por propiedad transitiva, no es el agua sola, es el petróleo
con el cual se genera la electricidad para mover las bombas, ese hidrocarburo
también va a las cloacas. ¿Se está en condiciones de malbaratar los recursos,
de no ahorrarlos, de emplearlos ineficientemente?
No es un secreto; las enfermedades trasmitidas por vectores
están a la orden del día, los operarios de Higiene y Epidemiología, aconsejan
tener todos los recipiente con agua tapados, hacer el autocontrol focal, si se
encuentra una larva de Aedes Aegypti en cualquier vasija, viene la multa, esta
bien que venga la multa, pero la de los charcos, o la de los hoyos ¿Quién las
paga? O es que el mosquito es socio de la Dirección de Acueducto y no anida en esos
reservorios de agua, muchos con el líquido cristalino, ese adorado para poner
los huevos por los insectos.
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