El parque José Martí de Cabaiguán con sus bancos confesores de generaciones enamoradas guarda el recuerdo de casi una centuria. Nace aproximadamente en 1914, frente a una avenida de piedras donde antes existía un Guayabal poco a poco demolido
Adornado con cuatro palmas en los inicios, símbolos de personalidades fundadoras fue incrementando la presencia del árbol nacional hasta llegar a siete, cifra similar a las Islas Canarias, causa del debate entre si es en honor a los personajes representativos de la ciudad naciente o el archipiélago desde donde tantos inmigrantes nutrieron la población en las dos primeras décadas del siglo pasado.
Sin intenciones de tomar partido entre las dos opiniones, la plaza fue centro de reuniones, descanso, actos cívicos y culturales, principalmente en la glorieta, hoy ausente del centro de la explanada
He preguntado a muchos lo que significa el parque para ellos y las respuestas se resumen en símbolo identitario, raíz y recuerdo, añoranza cuando se alejan alegría, al acercarse a tomar el aire puro con el susurro de las ramas de los laureles que dan cobija sin distinción al nativo y al transeúnte.
Una veintena de bancos, lucen testigos mudos de noches, conversaciones comprometidas, besos prohibidos en la intimidad de la luz tenue de las farolas.
“Ha pasado tanto tiempo”, cuenta el anciano, Manuel Cruz, “casi noventa, aquí conocí mi vida” y marca con el dedo índice el asiento, “ahora mis biznietos siguen la tradición y de vez en cuando los veo en el secreto y descubierto arte de amar, rondar el parque que dio origen a la familia”
Así sucede a muchos, el parque José Martí no mira sus palmas ni los laureles, no mira el tiempo, porque teme hacerse viejo, mira a los hombres y mujeres, a los niños, a los ancianos, al cabaiguanense, le guarda celosamente las confidencias y los recibe sin un antes o un después solo hoy, para volver a intimar y ser testigo mudo y símbolo de la identidad del cabaiguanense
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