La mañana, se agarra del aroma del café, la primera colada despierta al vecindario, el humo sale de las tazas recorre el parque, se escapa por el paseo, da la vuelta por la funeraria, y entra de nuevo por el traspatio al Bar Crispin.
Yeya agarra la escoba para vuelva a salir, es tanta la cantidad de aroma entre cuatro paredes y el público disputándose la taza más caliente.
El colador se desprende del atril y convoca a reunión a la cafetera y el fogón de gas, hay que ser más ágil, pero el fogón, viejo y refunfuñón, le responde para mi lo más importante es la calidad por tanto no me apuro y si quieren búsquense otro fogón.
Yeya acude al encuentro entre los tres, los emplaza a dejar de pelear; Caliéntense, dice, que el Telmo espera y regresa al mostrador para convencer a los clientes de que café como el del Crispin no hay otro en Cabaiguán.
Y así es, caliente, sabroso, fuerte y barato, buen escrito para un comercial pero para ellos no hay mejor propaganda que la visita de las mismas personas desde las seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Muchas son las libras de café que se cuelan y mucho el perfume que ronda a Cabaiguán.
La mañana, se agarra del aroma del café, la primera colada despierta al vecindario, el humo sale de las tazas recorre el parque, se escapa por el paseo, da la vuelta por la funeraria, y entra de nuevo por el traspatio al Bar Crispin.
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