Las manos guajiras de Lolo Matías, parecían incapaces de cambiar el rostro de robustos troncos de las más diversas variedades de madera,
Su semblante no exalta al artista, el sombrero enterado hasta el cuello y la mirada perdida en cada paso, tampoco son características del virtuosismo que llevaba dentro.
Los dedos vegueros acariciaban el tablón después de trazos y formación de caras para ver si de verdad era posible el nacimiento del yugo.
No recordaba Lolo el primero que fabricó pero si sabía decir han sido muchos, y con su fraseología campesina agregaba: Pregúntenle a los bueyes ellos deben decirte.
Halla por la finca del troncón hoy tierras de la cooperativa Aramis Pérez, todos conocieron de la existencia del bondadoso hombre, incapaz de hacerle daño ni a las moscas, pero allí también ganó la fama de ser el mejor fabricante de yugos.
Cada animal se acostumbra al suyo, por eso se preocupaba del peso del mismo e incluso aunque la mayoría de las personas dedicadas al oficio nunca miden la frente ni los tarros de las yuntas, a Matías si le gustaba al menos verlos, pues ninguna pieza es igual a otra y si no que lo digan los domadores, afirmaba.
La experiencia acumulada por el recio guajiro no se reflejaba en su aval, quizás, sí, en los machucones en las uñas y las astillas de maderas enterradas en las palmas de sus manos fueron las únicas cartas de presentación de quien ya a los veinte años era un experimentado en el implemento imprescindible para unir a los animales y sacarles provecho en el surco.
Hasta el último día de su vida, Lolo, descascó maderos, hacha al hombro salía por las mañanas rumbo al monte, miraba las ramas, hablaba con ellas y las convencía de la necesidad del corte, ya no está pero los boyeros le recuerdan como el Artista del Yugo
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