Velorio Campesino


 El juego del anillo, fue el causante de que mis bisabuelos se miraran por primera vez los ojos, él, hacia poco tiempo, había llegado de Canarias, ella, una criollita cubana, sintió como su mano era apretada y uno de los dedos la cosquilleaba, era el momento en que se repartía la prenda entré los participantes del velorio, para que uno al azar alguien descubriera quién la tenía oculta entre sus manos.
En uno de sus cuentos cuando me sentaba sobre sus rodillas mi bisabuela, Felicia, me contó la historia, hace unos dias, la recordé, durante la semana de cultura se le dedicó una noche a esa tradición perdida de nuestros campos.
No es que quiera regresar al tiempo de los candiles, pero la iniciativa debe repetirse al menos una vez al mes aquí en Cabaiguán y de esa forma la pantalla chica de la televisión, seda el espacio al contacto humano que ocurre en los velorios, donde entre cuentos, jaranas, el chocolate caliente y la timba de dulce guayaba con queso, se pasa la noche y al otro día la persona es mejor.
El rudo guajiro se vestía con la guayabera almidonada, el pantalón de dril, sobre la cabeza el sombrero jipijapa, aparejaba el caballo y arrancaba, eran kilómetros y kilómetros porque en la casa del compadre estaban de velorio.
En mi tiempo de juventud, se dedicaban esas veladas a los muertos, a santos de los cuales muchos de los asistentes no eran devotos, a un motivo inexistente.
Era la manera de recreación sana, jamás vi en un velorio una botella de ron, ni un grito, ni una falta de respeto, nada de eso. No se usaban recursos en trasladar orquestas, ni equipos ensordecedores de música mecánica.
Pero sí funcionaban los velorios campesinos, como la ocasión propicia para encontrarse con la muchacha a la cual se amaba y los padres no dejaban salir, incluso observe en medio de los castigos declaraciones de amor y  a la larga fue el comienzo de familias que aún perduran.

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