De los barrotes al libertinaje, ¿se esfumará el amor?
Las costumbres para enamorar han cambiado sustancialmente en el mundo y por supuesto en Cuba, que en eso de ponerse a la moda, anda bien rápida, mucho más si de parejas se trata.
Hasta la segunda década de 1900, la novia se asomaba a la ventana de su casa y el novio en la acera, separado uno de otro por los barrotes, así de un lado estaba la carne y del otro el fuego, decía un inmigrante canario llegado a este pueblo que era como tener el mar de por medio.
Los barrotes fueron desapareciendo y llegan los sillones, hay quienes rompieron unos cuantos, los noviazgos duraban años, esos sillones a principio se situaban uno frente a otro, a una distancia en que era imposible el contacto físico, además las suegras, casi siempre tenían algo que coser en la sala, recuerdo a mi abuela que se ponía a confeccionar escobas de los racimos de palmiche y al más mínimo intento carraspeaba la garganta, como señal de precaución.
Pero como los sillones se mueven y los que se sentaban también, además por un problema estético de las salas, se comenzaron a situar uno al lado del otro, empezaron las manitos cogidas, el apretoncito por aquí y por allá, todavía las suegras cocían, pero de vez en cuando se les iba el pestañazo, así le sucedía a mi mamá cuando vigilaba mis hermanas.
Las ventanas y sillones han desaparecido como artefactos utilizados en la comedia del amor. La nueva moral amorosa ha hecho caer por tierra los barrotes de las ventanas y ha eliminado por completo los sillones. Y hasta la futura suegra ha sido cesanteada en su odioso papel de vigilante y cancerbera de sus hijas con enamorados o novios, mi esposa jamás se sentó a vigilar nuestra hija.
Las muchachas en Cabaiguán, salen solas con amigas, y aunque las acompañe la mamá, ésta hoy, no toca pito ni flauta, y sería incapaz de regañar a sus tiernas hijas, como antaño, por beso o abrazo de más o de menos.
Juntos se bañan en semidesnudismo, novios y novias, y juntos pasean en automóvil; y la a mamá, futura suegra, ¡encantada y envidiosa de que en su época no se hubiesen implantado tan sanas y puras costumbres amorosas!
A las rígidas normas morales de antaño, ceden paso a la libertad. A la separación de sexos de ayer –«Entre santa y santo, pared de cal y canto»–, la camaradería de hombres y mujeres, en la casa, en la calle, en el paseo, en el trabajo.
A toda esta historia se une hoy los enamorados a distancia unidos por la red de redes, quienes acuden hasta a las fantasías frente a una cámara, dicen ellos que así se tiene un sexo seguro, quizás mi hija cuando tenga a las suyas deba indagar por Internet la procedencia del chico.
¿Hasta dónde llegarán las costumbres sociales amorosas?
-Nadie sabe. ¡Ojalá se mantenga el amor!.
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