Por: Aramis
Fernández Valderas
Martí
camina la ciudad, descansa en el parque, se extraña de que lleve su nombre,
protesta por la indolencia, las fachadas mugrosas, las calles con vertimientos,
las personas mal educadas.
Se detiene
Martí en las escuelas, los maestros recitan sus versos, los niños también, pero
no le gusta, a muchos se les ve actuar de forma mecánica y no de corazón como
cuando él los escribió pensando en todas las épocas.
Martí entra
a las fábricas, a las siete en punto, pero los trabajadores lo hacen mucho
tiempo después, algunos dan falsas justificaciones y vuelven a salir para no
regresar durante todo el día, mientras tanto el administrador se preocupa más
del auto asignado que de exigir disciplina.
En los
hogares también asiste Martí, observa como el discurso en la intimidad de
cuatro paredes no es el mismo que en el centro laboral o de estudio, piensa que
existen doble caras.
Martí
anuncia su llegada al pueblo, las calles resplandecen las plazas están
abarrotadas de mercancías, hasta los precios bajan ese día, pero cuando cae la
noche vuelve la basura a la ciudad, se desaparecen los productos de las
tarimas, los precios suben.
Los
cabaiguanenses como todos los cubanos siempre afirmamos Martí está presente,
nos gustan sus libros, abrazamos sus ideas, pero nos olvidamos rápidamente de
las frases, que no materializamos.
Mañana se cumple
el 167 aniversario del natalicio del Apóstol y para recordarlo no valen los
discursos huérfanos de acción, sino la acción misma para perpetuar su memoria.
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