Por: Aramis Fernández Valderas
Tomé del viandero el último plátano burro, decidí quitarle
la cáscara y hacerlo chicharritas, -era tan pequeño- pero al ser dos comensales
en la casa bien se podía distribuir. De
pronto un carretillero pasaba por la calle pregonando como quien tuviera
un megáfono: ¡El ajo bueno y barato
aquí!, a la vez se escuchaba algo
parecido a un lamento, el mismo carretillero con voz casi imperceptible decía:
-Y papa también, como si estuviera vendiendo ojivas nucleares.
-¡Papa!, le grite a
la distancia de unos 20
metros, se llevó el dedo índice de la mano derecha a la
nariz pidiendo silencio.
-¿A cuanto la libra?
-Siete pesitos, contestó.
El vendedor comenzó a sacar sacos cartones y papeles de un cajón donde aparecieron
los tubérculos, solo tenia catorce pesos. Déme dos libras, al fin fueron 6
papitas, cada una costó 2 pesos con 33 centavos.
Mientras el comerciante descubría el producto del arca
secreta, muchas ideas pasaban por mi cabeza
como si fuera una película de ciencia ficción. Este año mi esposa y yo
no habíamos comido ni una, ella bien exagerada por cierto, se proponía un viaje hasta el Vaticano para
ver al Papa y contarle que en Cabaiguán en plena cosecha del bulbo no se había
distribuido ninguna para el consumo de la población.
En este municipio eminentemente agrícola no se realizaron plantaciones del
cultivo por mil razones, y aunque no es particularmente productor del rizoma,
hasta en los peores años del período especial de destinaron algunas caballerías
a la siembra de la vianda,
principalmente en la
Cooperativa de Producción Agropecuaria Cuba Nueva, pero
llegaban además desde el Valle de Caonao, en el limítrofe municipio de
Yaguajay, Ciego de Ávila, y de terrenos
pertenecientes a las actuales provincias de
Mayabeque y Artemisa.
Este año al parecer el territorio que no sembró papa, su
población no la come, cuestión contradictoria cuando de Cabaiguán salen
camiones abarrotados de fruta bomba, ajo, cebolla, yuca, malanga y cerdos a
distintos punto de la geografía nacional.
-Están buenas las papitas, me comento el vendedor ambulante,
seguro con licencia de cuenta propista, de momento interrumpió la película de
ciencia ficción.
-Qué bueno, aunque sea usted sembró papa este año en
Cabaiguán, comenté. Me miró con ojos incrédulos.
-No usted sabe, esto es por la izquierda, y se marchó, pregonando como quien tuviera un megáfono: ¡
El ajo bueno y barato aquí!, y a seguidas con voz casi imperceptible decía: -Y
papa también.
Si no existe distribución autorizada a los territorios donde
no se plantó el tubérculo, si el vendedor no sembró las papas ¿Abra ido mi
esposa a escondidas al Vaticano para reclamarle al Santo Pontífice y este hizo
en Cabaiguán un milagro de dios?
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