La feria dominical de Cabaiguán, un asunto de identidad

 Por: Aramis Fernández Valderas
Los campesinos, gastronómicos, trabajadores por cuenta propia y entidades culturales, cada domingo, toman por asalto el Paseo de la ciudad.
En medio de pregones, ofertas y música se discuten los precios entre compradores y vendedores; muy altos, en correspondencia con los ingresos de la población.
En las tarimas; la carne de cerdo, carnero, chivo y aves se juntan con hortalizas fuera de temporada,

De los barrotes al libertinaje, ¿se esfumará el amor?

Las costumbres para enamorar han cambiado sustancialmente en el mundo y por supuesto en Cuba, que en eso de ponerse a la moda, anda bien rápida, mucho más si de parejas se trata. Hasta la segunda década de 1900, la novia se asomaba a la ventana de su casa y el novio en la acera, separado uno de otro por los barrotes, así de un lado estaba la carne y del otro el fuego, decía un inmigrante canario llegado a este pueblo que era como tener el mar de por medio. Los barrotes fueron desapareciendo y llegan los sillones, hay quienes rompieron unos cuantos, los noviazgos duraban años, esos sillones a principio se situaban uno frente a otro, a una distancia en que era imposible el contacto físico, además las suegras, casi siempre tenían algo que coser en la sala, recuerdo a mi abuela que se ponía a confeccionar escobas de los racimos de palmiche y al más mínimo intento carraspeaba la garganta, como señal de precaución. Pero como los sillones se mueven y los que se sentaban también, además por un problema estético de las salas, se comenzaron a situar uno al lado del otro, empezaron las manitos cogidas, el apretoncito por aquí y por allá, todavía las suegras cocían, pero de vez en cuando se les iba el pestañazo, así le sucedía a mi mamá cuando vigilaba mis hermanas. Las ventanas y sillones han desaparecido como artefactos utilizados en la comedia del amor. La nueva moral amorosa ha hecho caer por tierra los barrotes de las ventanas y ha eliminado por completo los sillones. Y hasta la futura suegra ha sido cesanteada en su odioso papel de vigilante y cancerbera de sus hijas con enamorados o novios, mi esposa jamás se sentó a vigilar nuestra hija. Las muchachas en Cabaiguán, salen solas con amigas, y aunque las acompañe la mamá, ésta hoy, no toca pito ni flauta, y sería incapaz de regañar a sus tiernas hijas, como antaño, por beso o abrazo de más o de menos. Juntos se bañan en semidesnudismo, novios y novias, y juntos pasean en automóvil; y la a mamá, futura suegra, ¡encantada y envidiosa de que en su época no se hubiesen implantado tan sanas y puras costumbres amorosas! A las rígidas normas morales de antaño, ceden paso a la libertad. A la separación de sexos de ayer –«Entre santa y santo, pared de cal y canto»–, la camaradería de hombres y mujeres, en la casa, en la calle, en el paseo, en el trabajo. A toda esta historia se une hoy los enamorados a distancia unidos por la red de redes, quienes acuden hasta a las fantasías frente a una cámara, dicen ellos que así se tiene un sexo seguro, quizás mi hija cuando tenga a las suyas deba indagar por Internet la procedencia del chico. ¿Hasta dónde llegarán las costumbres sociales amorosas? -Nadie sabe. ¡Ojalá se mantenga el amor!.

Sala de lectura de Las Minas: Mezcla de libros y petróleo

Escondida entre lomas perfumadas de petróleo, la comunidad poblacional Las Minas de Jarahueca respira lectura de valiosos textos, gracias al empeño Rita María Peña Cabrera, una licenciada en Español y Literatura devenida en bibliotecaria. Una pequeña habitación heredada de la abuela da abrigo a los libros del centro comunitario de lectura al cual acuden los pobladores del asentamiento y de otros lugares aledaños como Remate de Adriano, Pedro Barba y Cuatro Caminos. Los 23 kilómetros que separan el poblado de Cabaiguán, no son un pretexto para que quienes soliciten un volumen inexistentes se queden con los deseos, Rita Tramita la necesidad con la Biblioteca Pública Beremundo Paz en la ciudad cabecera y en menos de lo que canta un gallo, según dicen los campesinos, ya el libro está en manos del lector. Para acumular la copiosa bibliografía que en la actualidad atesoran ha sido imprescindible la donación de los vecinos del lugar, y el apoyo de los ministerios de cultura y educación. Las mañanas, son más apacibles en el pequeño local, la tarde se torna en algarabía cuando los estudiantes de la escuela primaria se disputan los materiales bibliográficos recomendados por los maestros y así cumplir con las tareas a presentar en la próxima clase. En el centro bibliotecario comunal de las Minas de Jarahueca, también se habla de la historia de la comunidad, mezclada con el petróleo que un día hizo de este un próspero pueblo, pero al extinguirse el hidrocarburo, solo dejó su aroma empleado para alumbrarse primero mediante mecheros, pero cuando llegó la luz eléctrica solo se usa para cocer las comidas y di algún día ocurre un apagón recuerdan el pasado y acercan el fósforo a la mecha desde donde brota una llama azul que torna la noche en día. Por: Aramis Fernández Valderas

El Baile de la Lechuga se marchita

El baile de la lechuga, que muchos atribuyen a la zona de Pueblo Nuevo, aquí en Cabaiguán, si existió pero no en el barrio mencionado, sino en el de La Grúa. Se trataba de una especie de actividad comercial en la Casa de Findo Rojas, a quien se conocía como el lechuguero, a fin de dar promoción al cultivo que sembraba en canteros ubicados en el patio de su vivienda y que se extendían hasta la zona del actual ferrocarril central. La actividad se fue haciendo costumbre entre los vecinos y sin proponérselo, Findo logró insertar un nuevo elemento identitario en su pequeño barrio, porque aquella Grúa no es ni remotamente la Grúa de hoy donde viven cientos de familia. Findo era un hombre robusto, muy trabajador, incluso siendo un anciano, continuaba sus labores plantando las hortalizas, las cuales le servían como medio de sustento a él y a su familia. El festejo se hacia como especie de guateque campesino, los músicos, eran más o menos improvisados, todos residentes en el mismo barrio, la fiesta no la hacía solo Findo, cuando la costumbre se enraizó, todos ayudaban a parapetar el sitio que era la pequeña y humilde casa del lechuguero. Allí cantaba quien lo deseara y al menos afinaba un poquito con el conjunto o la guitarra, se hacían controversias y también era propicio para que los jóvenes enamorados hicieran realidad las parejas. Así los bailes de la lechuga de Findo Rojas , contribuyeron a la unión de muchos matrimonios, al esparcimiento de la tropa del barrio y a que él vendiera la mercancía con la que llevaba el bocado de comida por un tiempo a los hijos que se sentaban a la mesa. En la actualidad, no existe el festejo, la tradición se perdió en el barrio de la Grúa, la dirección de cultura ni lo recuerda. Son pequeñas cosas que atan las cuerdas de la identidad, jamás den pasar por alto, ellas son como los cordones de los zapatos, si se safan se caen de los pies y los habitantes de esa comunidad no tienen otro elemento para acordonarse a ella. Por: Aramis Fernández Valderas